Vivo en una preciosa ciudad que tiene una gran cantidad de parques y jardines. Está entre las primeras ciudades del mundo en número de arboles por habitante. Cualquier calle tiene las aceras arboladas. Una agradable sorpresa para los que vienen por primera vez a Madrid imaginándola como una agobiante jungla de asfalto. El parque del Retiro (120 hectáreas) o la Casa de Campo (1722 hectáreas) son dos joyas para todos los que vivimos aquí aunque cualquier barrio tiene sus jardines, parques y parterres. Espacios para disfrutar, hacer deporte al aire libre, sacar a los niños a jugar, pero estos estos espacios verdes estan siendo ocupados por unos molestos invasores. Estos invasores venidos de fuera dejan todo hecho una mierda, se cagan en cualquier sitio, son ruidosos y agresivos, territoriales, destrozan la vegetación, dejan los árboles hechos una pena, potencialmente peligrosos para los ciudadanos y desplazan a los autóctonos de sus propios espacios. Estoy hablando de la cotorra argentina.
No estoy de guasa. Los primeros ejemplares de estos bichos que se vieron surcar los aires de Madrid hace unos años, son los descendientes de los que un día sus propietarios decidieron deshacerse de ellos soltándolos. Otros se escaparían de sus jaulas.
Sea como fuere, estos bichos han invadido el espacio de las especies autóctonas. Las consecuencias a largo plazo son ipredecibles pero a día de hoy se han convertido en unos molestos vecinos para el barrio donde hayan decidido anidar por sus continuos graznidos y sus corrosivas cagarrutas.
Están empezando a arruinar las plantaciones de las huertas, tanto así que muchos agricultores han tomado la determinación de cazarlas.
Todos hemos oído hablar de lo nefasto que fue la introducción del cangrejo de río americano, o la plaga del mejillón cebra. La de las cotorras, como cualquier introducción de especies foráneas, siempre resulta dañina para el medio que la acoge.
Parece ser que a las autoridades les preocupa poco. Creo que en Barcelona el tema todavía está mucho peor.
Su terrorífica voracidad ha esquilmado el alimento de nuestros simpáticos gorriones, primeras víctimas de esta avanzada verde.
Sus gigantescos nidos son dañinos para el árbol debido al peso que tiene que soportar. Las ramas terminan cediendo y pueden ser un serio peligro para los transeuntes. Arruinan toda la vegetación circundante y son, para colmo de males (ornitológicos), transmisores de enfermedades mortales para las aves autóctonas.Están empezando a arruinar las plantaciones de las huertas, tanto así que muchos agricultores han tomado la determinación de cazarlas.
Todos hemos oído hablar de lo nefasto que fue la introducción del cangrejo de río americano, o la plaga del mejillón cebra. La de las cotorras, como cualquier introducción de especies foráneas, siempre resulta dañina para el medio que la acoge.
Parece ser que a las autoridades les preocupa poco. Creo que en Barcelona el tema todavía está mucho peor.
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De este asunto llevo viendo alguna noticia suelta en la televisión desde hace una década. Incluso he vista alguna que otra comparación con fenómenos sociales humanos.
ResponderEliminarPD: te ha quedado bien la nueva decoración de la bitácora.
¡Coño! Pues de la cotorra ecuatoriana y la dominicana, ni te cuento.
ResponderEliminar¡Ay, si viviéramos en los oprobiosos tiempos en que los niños pedían a los reyes escopetas de perdigones, qué facil solución tendría!
Ostras, de estos bichejos también hay muchos en mi localidad, sobre todo en verano. Y he notado mucho la escasa presencia de gorriones (los pájaros que más me gustan a diferencia de lo que me dice la mayoría).
ResponderEliminarHace cerca de un año me regalaron una cotorra de estas. Clavada, es la misma. No veas si es pesada... suerte que no la tengo en casa.
Cualquiera pensaría que no contentos con la inmigración-invasión nos traen aquí animales para destrozar nuestra fauna natural. Quieren meternos aquí a toda Tenochtitlan. Lo próximo serán sacrificios humanos en honor a la Diosa Democracia.