lunes, 14 de diciembre de 2009

EVA

El cansancio era extremo, tanto como la necesidad que empujaba a seguir. Sabía que cuanto mas se adentrara en aquellas inhóspitas tierras, mas segura estaría. Cada mañana avanzaba hacia el horizonte donde había salido el sol. Semanas de extenuante huida hacia el Este, hacia las bastas tierras de praderas infinitas.
En la tierra que la vio nacer, la vida de Eva corría peligro. Que a sus veinte años siguiera soltera, levantaba las sospechas de su entorno. Las miradas se dirigían hacia ella, no en vano era hija de los que vinieron a llamarse "los últimos".
Fue en una inevitable consulta ginecológica donde tuvo que hacer la exposición de las escusas ensayadas desde hace tiempo para justificar que no tuviera practicada la ablación de clítoris.
Salió de la consulta para la obligada citación a cirugía esa misma mañana.
Tomó la decisión de escapar. Conocía el cruel destino y la despiadada tortura a la que se exponía si era capturada por la policía coránica.
Escapar... ¿Hacia donde?. Eva había oído hablar de diseminadas comunidades blancas mas allá de los Urales. Posiblemente aquello no fuera mas que una leyenda, pero aún así había que intentarlo.
Sin mirar atrás, abandono lo que hasta ese día había sido su morada. Su hogar empezaría a buscarlo ese mismo día. Su nuevo hogar espiritual y racial.
En esta ocasión su condición femenina fue la primera vez en su vida que le confirió cierta ventaja en un mundo que tiraniza a la mujer, y es que el burka escondía su rostro de piel blanca tan excepcional ya en esos tiempos en los que la mezcla de gentes de distintas procedencias originó que todos los individuos adquirieran un anodino e igualmente oscurecido tono.
Mucho tiempo atrás, cuatro, seis generaciones antes, hubo quienes avisaban del peligroso devenir. No solo no fueron tomados en consideración sino que fueron perseguidos por los de su misma sangre y credo y muchos encarcelados con la escusa de fomentar odio y violencia. Las mujeres inducidas primero a abortar, mas tarde obligadas a ello. Los signos de identidad culturales y religiosas, borrados de la vida pública, tanto que se terminó quemando los libros sagrados que llamaban Biblias, derruidos todos los templos, dinamitadas las basílicas....
Pasaban las semanas y si la leyenda de las comunidades era cierta, tendría que estar cerca de alguna de ellas. Tenía que ser así, porque de otra manera Eva se vería atrapada por el ya próximo invierno. Las fuerzas se iban quedando por el camino de su larga odisea. Renovaba el coraje apretando en su puño el pequeño crucifijo de plata que muchos años antes secretamente heredó de su madre. El mismo crucifijo que fue causa de su denuncia y postrera condena. Ese crucifijo era uno de los dos tesoros que llevaba Eva consigo. El otro, fluía por sus venas. Cruz y sangre.

El horizonte salpicado de minaretes quedó atrás hace ya semanas. Las llamadas de los muecines ya no atronaban en sus oídos. Cayó exánime, perdió el sentido.
Al despertar sobre una cama pudo comprobar que no sentía dolor. Sin duda había sido cuidadosamente atendida pero echó en falta el crucifijo de plata. Tras la puerta notó la presencia de personas que hablaban sigilosamente. Le embargó la aterradora idea de haber sido capturada. Cuando se abrió la puerta, Eva quedó estupefacta al ver esos dos hombres y una mujer de una piel como la que recordaba de sus padres, como la de ella misma. El gesto amistoso de esas gentes la tranquilizó. Preguntó inquisitiva por su preciado tesoro. Le explicaron que no debía llevarlo toda la vida apretado en un puño. Se lo habían colgado del cuello tal como entre ellos era costumbre.
Sobre su pecho estuvo el crucifijo hasta que se lo legó a uno de los cuatro hijos que tuvo, al que premonitoriamente llamó...Santiago.

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